El compromiso de la Compañía de Jesús en el Sector de la Educación,
brindado por el P. Peter-Häns Kolvenbach, S.J.,
Prepósito General de la Compañía de Jesús
en el Liceo de Gdynia, Polonia, el 10 de octubre de 1998.
Quisiera hablarles hoy del empeño de la Compañía de Jesús en el sector de la educación. Pero, ante todo, deseo expresarles mi alegría por compartir con ustedes la bendición de una parte del nuevo edificio de este Liceo de Gdynia. Tras la forzada pausa de algunos decenios, la Compañía en Polonia vuelve a ofrecer aquí este apostolado tan típico de su historia. Hoy, cierto, somos testigos de un acontecimiento realmente particular y significativo.
La educación en la Compañía de Jesús
Desde sus comienzos, la Compañía de Jesús consideró a la educación como un terreno privilegiado para el cumplimiento de su misión. Inicialmente, san Ignacio de Loyola no había pensado en Colegios para estudiantes «externos», sino sólo para los jesuitas. Pero cuando cayó en la cuenta del alcance apostólico que podía tener la educación de la juventud, no dudó un momento en introducir esta nueva modalidad de trabajo en la Compañía, al punto que los Colegios se convirtieron no en un ministerio apostólico más, sino en uno de los ministerios por excelencia de la Compañía.
Los primeros estudiantes jesuitas solían frecuentar las clases de las grandes universidades de la época y vivían en Colegios fundados exclusivamente para ellos. A partir de 1545 se advierte un significativo cambio de orientación: la Compañía empieza a enseñar «públicamente», es decir, se admiten alumnos externos en los colegios jesuitas.
Pero es el 1548, hace exactamente 150 años, cuando la Compañía da un paso trascendental con la creación del Colegio de Messina (Sicilia), el primer Colegio fundado exclusivamente para estudiantes externos. El Colegio de Sicilia, uno de cuyos primeros profesores fue San Pedro Canisio, marca en la Compañía de Jesús el comienzo de una larga trayectoria educativa y de una tradición pedagógica que pervive hasta nuestros días, que se hace presente hoy en este Liceo.
El motivo determinante que llevó a Ignacio de Loyola a fundar Colegios no fue otro que la «ayuda de las almas», y «el mayor servicio divino», como se repite tantas veces en las Constituciones d ella Compañía de Jesús. El objetivo que se pretendía con la educación de la juventud era entonces -y sigue siéndolo en nuestros días claramente apostólico. Las escuelas se crean «para enseñar letras y buenas costumbres a la juventud y, por medio de los hijos, tirar a los padres y deudos al divino servicio» (Mon. Paed. I, 432).
En un contexto religioso tan intrincado como el de la Europa Central del siglo XVI, existía además un motivo adicional para la creación de colegios. La educación de la juventud era la encrucijada donde se iba a definir el futuro religioso de muchos países. Lo comprendieron muy bien no sólo los jesuitas, sino también los reformadores de aquella época. Lutero y Calvino y sus secuaces, captaron la importancia de la escuela como el verdadero campo de batalla donde se iba a jugar el futuro de la Reforma. «Le Collège -escribe uno de los reformadores (Pierre Toussaint), en 1537)- fera plus pour l'Évangile que tous les sermons. L'avenir est là, in ‘pueritia recte instituta aut instituenda’».
Nada tiene de extraño, pues, que cuando Pedro Canisio preguntara en 1554 a Ignacio de Loyola de qué manera podría la Compañía ayudar a los pueblos de Europa Central, asolados por las guerras de religión, Ignacio le respondiera que a través de la creación de Colegios. Desde el punto de vista histórico, no es exagerado sostener que la red de Colegios jesuitas logró un papel determinante en la consolidación y el desarrollo de la fe católica en muchas regiones de Europa y de fuera de Europa.
La intuición de los primeros jesuitas fue rápidamente tomando cuerpo. A la muerte de Ignacio de Loyola (1556), la Compañía de Jesús dirige alrededor de 40 colegios, fundados en su mayor parte para estudiantes externos. Desde la segunda mitad del siglo VXI, una extensa red de colegios va cubriendo el mapa de Europa y de los países de misión. En Polonia, no se pueden dejar de mencionar los colegios fundados en Braniewo, Pultusk, Poznán, Jaroslaw, Kañisz, Polock y muchos otros.
En 1599 se publica la famosa Ratio Studiorun, que durante siglos definirá y dará sentido de unidad al sistema pedagógico de los jesuitas. La red educativa se expande sin cesar por todos los continentes. Cuando en 1773 la Compañía es suprimida, los jesuitas tienen que retirarse de cerca de 700 colegios y 30 universidades. Por cerca de 40 años, la labor educativa de la Compañía se eclipsa en todo el mundo, con la excepción de Bielorrusia, donde la Compañía sobrevive providencialmente. De aquel tiempo data la Academia de Polock (1812).
Con la restauración de la Compañía en 1814, laboriosamente se vuelve a tejer la red educativa jesuítica. Hoy en día, la Compañía de Jesús sigue comprometida en el
mundo de la educación, como uno de sus principales ministerios apostólicos. En la actualidad, cerca de 6,000 jesuitas -una larga cuarta parte de todos los jesuitas- trabajan en educación. Su labor abarca a cerca de 200 Universidades e instituciones de educación superior, y más de 1,000 instituciones educativas de nivel primario, secundario y técnico, que prestan su servicio aproximadamente a 1,250,000 alumnos al año, en 68 países. Los últimos documentos d ella Compañía, han ratificado la importancia que la Compañía asigna a este apostolado, tanto en el sector d ella educación formal como en el de la educación no formal y en varias otras modalidades de educación técnica, educación popular y educación de adultos.
En este país, y en otros países de Europa Oriental, el régimen comunista comprendió perfectamente que el control de la educación era clave para poder sustentar su modelo. De ahí su política de excluir sistemáticamente cualquier influencia cristiana de la educación. La dura experiencia de más de 50 años ha puesto de relieve la eficacia y los nefastos resultados de tal política, a la vez, que nos alecciona sobre las consecuencias a que podría llevar el abandono del terreno de la educación.
Tras la caída del régimen comunista en Polonia, los ex-alumnos de nuestro Liceo, aquí presentes, planearon el renacimiento de esta escuela, suprimida en 1947. No tuvieron que esperar mucho, porque ya en 1994 comenzaron sus estudios los primeros alumnos, bajo la guía de profesores laicos imbuidos ya por entonces en la pedagogía ignaciana.
Por este motivo, me congratulo hoy sobremanera por la inauguración de este Liceo, que reanudará una tradición educativa secular y que constituye un claro exponente de la vitalidad apostólica y de la voluntad de servicio de la Compañía de Jesús en Polonia.
La inspiración ignaciana de un colegio de jesuitas
Es verdad que, desde sus comienzos, el objetivo de la Compañía al incursionar en el terreno educativo fue inminentemente apostólico. Pero nos equivocaríamos si creyéramos que los Colegios de la Compañía fueron un simple pretexto para mantener y propagar la fe católica. La educación tiene sus propios fines y objetivos, que no pueden instrumentalizarse al servicio de cualquier otra causa.
Lo primero de un colegio de la Compañía, por obvio que parezca, es que sea un colegio. Pero debe ser un colegio cuyos objetivos, orientación general y práctica pedagógica se fundamenten en un sistema de valores, significados y en una concepción del ser humano, del mundo y de Dios, que son los propios de San Ignacio de Loyola. En esto consiste la inspiración ignaciana de un colegio de la Compañía.
Una de las características de la espiritualidad de Ignacio de Loyola fue siempre su profunda persuasión de que no existe para el ser humano camino para la auténtica búsqueda de Dios que no pase por una zambullida en el mundo de la creación (CG 34, d.4, n.7). Si el ser humano es el camino hacia Dios, para Ignacio de Loyola el punto de encuentro del ser humano con Dios esta en el mundo. Traducido al terreno de la educación, este principio ignaciano significa que el encuentro del ser humano con Dios se da en el campo de la cultura. Fe y cultura están estrechamente relacionadas. He aquí uno de los rasgos distintivos de la educación de la Compañía de Jesús: una educación profundamente enraizada en la realidad del mundo, y una educación eminentemente humanista.
A lo largo de los siglos, la Compañía de Jesús ha tratado siempre de anunciar el Evangelio insertándose en el universo cultural de cada momento. En el siglo XVI, la educación de los jesuitas se enfrentó al reto de inculturarse en el humanismo renacentista.
Hoy, se enfrenta al reto de insertarse en la «nueva cultura» moderna o posmoderna, en el marco de una sociedad que lleva el signo de la globalización y del libre mercado. En un mundo configurado por la ciencia y la tecnología, éste es el escenario en el que el hombre está llamado a encontrarse con Dios, re-creando un nuevo tipo de humanismo acorde a nuestro tiempo.
Sería un error que este Liceo, u otros establecimientos educativos de la Compañía, fueran la simple continuación de lo que los colegios de jesuitas fueron en siglo o en décadas pasadas. No se trata de reeditar el pasado, ni tampoco de importar modelos de otras partes. A la luz de la inspiración ignaciana, se trata de responder con imaginación y creatividad a los retos que el mundo de hoy y esta sociedad concreta plantean a nuestra educación.
Algunos rasgos característicos de la educación ignaciana
Permítanme señalar algunos rasgos de lo
que, en este contexto concreto, podría caracterizar la inspiración ignaciana de
este Liceo.
[1]. El primero sería el sentido de la
persona. El hombre -el ser humano ante la presencia de Dios- es la primera
palabra de los Ejercicios Espirituales de Ignacio de
Loyola. Están ustedes saliendo de un
sistema político y económico en que el hombre y sus libertades estaban
sometidos a un régimen colectivista, y en el que Dios era sistemáticamente
ignorado. Hoy más que nunca es necesario recuperar el verdadero sentido de la
persona humana y su dimensión trascendente.
La educación no puede sustraerse a la
globalización y al fenómeno del mercado. Pero insertarse en la realidad -según
el principio ignaciano antes mencionado-, no significa dar por bueno todo lo
que dicha realidad implica. Es necesario adoptar una actitud sanamente crítica
ante ella, y ayudar a nuestros jóvenes y a sus familias a discernir lo que la
nueva cultura contiene de bueno y lo que en ella es inadmisible. Bajo apariencias
de máxima libertad y de realización personal, pueden enmascararse en el sistema
vigente nuevas forma de esclavitud y de masificación. La sociedad de mercado esconde
refinadas formas de individualismo y de egoísmo, así como una sutil manipulación
del pensamiento y de los sentimientos d ella persona humana, especialmente a
través de los medios. Enseñar a pensar, a discernir, a elegir rectamente y en
solidaridad con los demás, será cometido inexcusable de una educación
verdaderamente ignaciana hoy.
En un contexto de libre mercado como el
que nos invade, será necesario también hacer frente a toda tentación de
absolutización. El único absoluto es Dios; y, en su grado, la imagen de Dios,
que es todo ser humano. No es el hombre para la economía, sino la economía para
el hombre; como el sábado es para el hombre, y no el hombre para el sábado,
según la enseñanza de Jesús.
El torbellino del consumismo y la
fascinación que ejerce sobre los jóvenes -y no tan jóvenes- el modelo
capitalista (que de ninguna manera puede considerarse alternativa válida al
modelo comunista, como muy bien lo ha declarado el Papa Juan Pablo II), está
transformando profundamente nuestros patrones culturales y afectan al sentido
mismo de lo humano.
El discurso de la calidad, la competencia
y la eficiencia –ciertamente insoslayables en nuestros días- puede conducir a
una exacerbación del individualismo, a la competitividad salvaje e incluso a la
corrupción, si tal discurso no viene acompañado de una orientación ética y
valoral. La misma excelencia que debe pretender nuestra educación -el magis
ignaciano- puede llevar a la perversión si pierde de vista la dimensión de la
totalidad. No es simplemente la excelencia académica la que se pretende, sino
la excelencia humana.
[2]. Al sentido del hombre, se añade en
nuestra educación otra dimensión fundamental: el sentido de Dios. Sólo en Dios
encuentra el ser humano su plena significación. En un mundo en que los avances
científicos y tecnológicos parecen haber convertido en superfluo el concepto
mismo de Dios, no nos dejaremos tentar por larvadas formas de negación práctica
de Dios, más sutiles y no menos funestas que el ateísmo oficial que sufrió este
país hasta hace pocos decenios.
Siglos atrás, en una sociedad religiosa y
creyente, la educación de los jesuitas no encontraba dificultad en compaginar
«virtud y letras», como decían nuestros mayores («virtus et litterae»,
«scientia et mores», «sapientia et religio»). Hoy, en una sociedad predominantemente
secular, al menos en Occidente, en que el hecho religioso resulta cada vez más
irrelevante, nuestra educación se enfrenta ante el reto de lograr la síntesis entre
«Evangelio y cultura moderna», «ciencia, tecnología y fe», «mundo y Dios».
Nuevos areópagos de la cultura y de la
civilización contemporánea se abren a nuestro lado, atrayendo irresistiblemente
a los jóvenes, mientras en muchas partes se vacían los templos. Relativismo y
permisivismo van hoy de la mano, en un mundo que parece haber perdido las
coordenadas. El mismo bienestar material alcanzado lleva muchos a vivir como si
Dios verdaderamente no existiera, o a conformarse con una religión vaga,
incapaz de enfrentarse con el problema de la verdad y con el deber de la coherencia,
como ha subrayado el mismo Juan Pablo II (Tertio Millennio Adveniente, e.35,
57).
No se puede ser cristiano sino en el
mundo. Y es en esta realidad del mundo, en este contexto difícil y a menudo
indiferente o adverso a la fe, donde nos toca hoy educar, descubriendo y
haciendo descubrir a nuestros alumnos y a sus familias la presencia salvadora
de Dios.
[3]. El sentido de Dios y el sentido del
hombre, cobran para nosotros su plena dimensión en la persona de Jesucristo.
Siguiendo a Ignacio de Loyola, los jesuitas pedimos cada día conocer más al
Señor que ha querido compartir nuestra condición humana, para que más le amemos
y le sigamos. Sin sectarismos, y respetando siempre la libertad personal, una
educación de inspiración ignaciana debe proponerse anunciar la persona de Jesús
y la Buena Nueva del Reino, para lograr de sus alumnos, en la medida de lo
posible, un compromiso libre y maduro en el seguimiento de Jesús, en su Iglesia.
En Jesús, el hombre-para-los-demás por
excelencia, aprenderán también nuestros jóvenes y sus familias a hacer realidad
una serie de actitudes que toda educación verdaderamente ignaciana considera
fundamentales: el servicio, la compasión, la solidaridad con los más pequeños y
necesitados de nuestros hermanos, la gratuidad, el perdón, el sacrificio, el
compromiso, el don de sí mismo sin retorno, el amor. La vivencia de la fe en la
comunidad eclesial no puede olvidar tampoco aspectos tan fundamentales como la
catequesis y el culto, obviamente adaptados a la mentalidad moderna y al
lenguaje de los jóvenes, en un mundo en el que la predominancia de la imagen
está transformando los viejos códigos de la comunicación.
[4]. Esta fe viva en Jesucristo deberá expresarse
también en obras de justicia. En este último cuarto de siglo, la Compañía de
Jesús ha redefinido su misión como «el
servicio de la fe y la promoción de la
justicia». Fe y justicia son el signo distintivo que debe caracterizar a
cualquier obra apostólica de la Compañía. Educar en la fe, en vistas a la
edificación de un mundo justo y fraterno, es compromiso indeclinable de todo
Colegio de la Compañía. Cuando todavía no se han cerrado las heridas de
sistemas absolutistas y discriminaciones que han hecho sufrir a tantos pueblos,
nuestro mundo se enfrenta hoy a nuevas formas de injusticia y de exclusión,
productos en gran parte del sistema económico imperante, en el que la brecha
entre ricos y pobres se ahonda cada día. La tan decantada «opción preferencial
por los pobres», debe ser algo más que una simple frase que se repite en las
declaraciones de principios de nuestros colegios. Tenemos que descubrir que,
junto a nosotros, viven pobres en sentido material, pero también psíquicamente
disminuidos, marginados, sin-techo, desocupados, extranjeros.
En un Colegio de la Compañía, los pobres
no pueden ser simplemente objeto de compasión, sino punto de referencia
irrenunciable en la estructura misma de la escuela y en todo el proceso
educativo. Como las Bienaventuranzas de Jesús o el Magnificat de María.
Cualquiera que frecuente nuestros colegios debe tener bien claro que las posibilidades
que ofrece nuestra educación no van encaminadas a la promoción egoísta de los
individuos, sino en definitiva al crecimiento integral de todo el ser humano y
de todos los seres humanos. No pretendemos formar hombres y mujeres sólo para
sí, sino para los demás y con los demás, especialmente para los más
desaventajados, a ejemplo de Cristo, que vino para que todos tuvieran vida, y
vida en abundancia, y que dio su preferencia a los pobres.
Los últimos documentos de la Congregación
para la Educación Católica caracterizan a la escuela católica como «escuela
para todos, con especial atención a los más débiles», y menciona a los «nuevos
pobres» y las «nuevas pobrezas» que no pueden sino interpelar a la escuela
católica (La escuela católica en los umbrales del Tercer Milenio, n. 15). No
será siempre fácil llevar a la práctica éstos principios, dados sobre todo los
condicionamientos económicos de muchos colegios, que pueden limitar sus posibilidades
concretas de acción. Esto no quita que no se deba tomar muy en serio esta orientación
fundamental de la Compañía.
Conclusión: un proyecto educativo
Para los jesuitas y para quienes están
familiarizados con la espiritualidad ignaciana, los puntos que acabo de exponer
no son sin duda nuevos. Estos y otros rasgos de la inspiración ignaciana en el
terreno de la educación son parte del proyecto educativo que debe inspirar a un
colegio de la Compañía. Me remito simplemente a los documentos Características
de la Educación de la Compañía de Jesús (1986), Pedagogía Ignaciana: un
planteamiento práctico (1993), así como a los documentos de las últimas
Congregaciones Generales de la Compañía.
Corresponderá ahora actualizar e
inculturar estos principio y orientaciones, en el
contexto de la realidad polaca, siguiendo
las huellas de nuestros antecesores. Los tiempos y los métodos han cambiado,
pero la inspiración es la misma: la que se fundamenta en la visión de Ignacio y
en la misión de la Compañía de Jesús. El desafío está lanzado.
Me dirijo ahora a los profesores y
colaboradores laicos: deseamos ofrecerles una sólida formación espiritual y
profesional. Nuestras Casas de Ejercicios están a su disposición. Lo mismo les
digo respecto a la preparación profesional mediante diversos proyectos, como el
Centro Pedro Arrupe o el «International Jesuit Educational Leadership Project»:
deseamos condividir con ustedes nuestra experiencia para trabajar juntos en la
óptica del «magis» ignaciano. Esta oferta resulta tanto más actual por cuanto en
toda Polonia se está hablando de reforma escolar.
Se me ha informado del proyecto de
«Escuela de Padres», iniciado en este Liceo. Es un cauce orientado a una mejor
integración de los esfuerzos educativos de la familia y de la escuela. Quisiera
animar a los padres de los alumnos del Liceo de Gdynia a tomar parte en esta
preciosa iniciativa, puesta ya en práctica en nuestras escuelas de España.
El Liceo de Gdynia cuenta con un válido
apoyo en el Centro Pedro Arrupe, que elabora nuevos métodos de enseñanza y
prepara futuros líderes para la misión educativa.
La presencia de tal centro no sólo
garantiza la continuidad e identidad del Liceo; puede influir también en otros
centros educativos de su país.
Una palabra, en fin, a los alumnos y
alumnas. Sus uniformes son un signo de su pertenencia a esta comunidad que
llamamos Liceo de Gdynia. Traten de asimilar hondamente los valores que esta
comunidad les propone: amar y servir siempre más.
En la nueva página de su historia que está hoy
escribiendo Polonia, estoy seguro que los jesuitas y los laicos de este Liceo
han de desempeñar un papel de primer orden en la encrucijada plena de desafíos
y esperanzas a la que se enfrenta la educación en este país. Que el Señor les
de la fuerza de su Espíritu para que este Liceo contribuya significativamente a
la «ayuda de las almas», a mayor gloria de Dios.
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