Discurso
Encuentro
con el mundo de la escuela y la universidad,
brindado por SS.
Papa Francisco
en la Pontificia
Universidad Católica del Ecuador, Quito, el 7 de julio de 2015.
Hermanos en el Episcopado,
Señor Rector,
Distinguidas autoridades,
Queridos profesores y alumnos,
Amigos y amigas:
Siento mucha alegría por estar esta tarde con ustedes en
esta Pontificia Universidad del Ecuador, que desde hace casi setenta años,
realiza y actualiza la fructífera misión educadora de la Iglesia al servicio de
los hombres y mujeres de la Nación. Agradezco las amables palabras con las que
me han recibido y me han transmitido las inquietudes y las esperanzas que
brotan en ustedes ante el reto, personal de la educación. Pero veo que hay
algunos nubarrones ahí en el horizonte, espero que no venga la tormenta, nomás
una leve garúa.
En el Evangelio acabamos de escuchar cómo Jesús, el
Maestro, enseñaba a la muchedumbre y al pequeño grupo de los discípulos,
acomodándose a su capacidad de comprensión. Lo hacía con parábolas, como la del
sembrador (Lc 8, 4-15). El Señor siempre fue plástico, de una forma que todos
podían entender. Jesús, no buscaba, «doctorear». Por el contrario, quiere
llegar al corazón del hombre, a su inteligencia, a su vida y para que ésta dé
fruto.
La parábola del sembrador, nos habla de cultivar. Nos
muestra los tipos de tierra, los tipos de siembra, los tipos de fruto y la
relación que entre ellos se genera. Ya desde el Génesis, Dios le susurra al
hombre esta invitación: cultivar y cuidar.
No solo le da la vida, le da la tierra, la creación. No
solo le da una pareja y un sinfín de posibilidades. Le hace también una
invitación, le da una misión. Lo invita a ser parte de su obra creadora y le
dice: ¡cultiva! Te doy las semillas, te doy la tierra, el agua, el sol, te doy
tus manos y la de tus hermanos. Ahí lo tienes, es también tuyo. Es un regalo,
es un don, es una oferta. No es algo adquirido, no es algo comprado. Nos
precede y nos sucederá.
Es un don dado por Dios para que con Él podamos hacerlo
nuestro. Dios no quiere una creación para sí, para mirarse a sí mismo. Todo lo
contrario. La creación, es un don para ser compartido. Es el espacio que Dios
nos da, para construir con nosotros, para construir un nosotros. El mundo, la
historia, el tiempo es el lugar donde vamos construyendo ese nosotros con Dios,
el nosotros con los demás, el nosotros con la tierra. Nuestra vida, siempre
esconde esta invitación, una invitación más o menos consciente, que siempre
permanece.
Pero notemos una peculiaridad. En el relato del Génesis,
junto a la palabra cultivar, inmediatamente dice otra: cuidar. Una se explica a
partir de la otra. Una va de mano de la otra. No cultiva quien no cuida y no
cuida quien no cultiva.
No sólo estamos invitados a ser parte de la obra creadora
cultivándola, haciéndola crecer, desarrollándola, sino que estamos también
invitados a cuidarla, protegerla, custodiarla.
Hoy esta invitación se nos impone a la fuerza. Ya no como
una mera recomendación, sino como una exigencia que nace «por el daño que
provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha
puesto en la tierra. Hemos crecido pensando tan solo que debíamos “cultivarla”
que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados quizás a expoliarla...
por eso entre los pobres más abandonados y maltratados, que hay hoy día en el
mundo está nuestra oprimida y devastada tierra” (Laudato si’ 2).
Existe una relación entre nuestra vida y la de nuestra
madre la tierra. Entre nuestra existencia y el don que Dios nos dio. «El
ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos, y no podemos afrontar
adecuadamente la degradación humana y social si no prestamos atención a las
causas que tienen que ver con la degradación humana y social» (Laudato si’ 48)
Pero así como decimos se «degradan», de la misma manera podemos decir, «se
sostienen y se pueden transfigurar». Es una relación que guarda una
posibilidad, tanto de apertura, de transformación, de vida como de destrucción
y de muerte.
Hay algo que es claro, no podemos seguir dándole la
espalda a nuestra realidad, a nuestros hermanos, a nuestra madre la tierra. No
nos es lícito ignorar lo que está sucediendo a nuestro alrededor como si
determinadas situaciones no existiesen o no tuvieran nada que ver con nuestra
realidad. No nos es lícito más aún, no es humano entrar en el juego de la
cultura del descarte.
Una y otra vez, sigue con fuerza esa pregunta de Dios a
Caín: «¿Dónde está tu hermano?». Yo me pregunto si nuestra respuesta seguirá
siendo: «¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?» (Gn 4, 9). Yo vivo en Roma y
en invierno hace frío. Sucede muy cerquita del Vaticano que aparezca un anciano
en la mañana muerto de frío. No es noticia en ninguno de los diarios, en
ninguna de las crónicas. Un pobre que muere de frío y de hambre hoy no es
noticia. Pero si las bolsas de las principales capitales del mundo bajan dos o
tres puntos ¡se arma el gran escándalo mundial! Yo me pregunto ¿Dónde está tu
hermano? y les pido que se hagan otra vez cada uno esas preguntas y la hagan a
la Universidad, a vos, Universidad Católica, ¿Dónde está tu hermano?
En este contexto universitario sería bueno preguntarnos
sobre nuestra educación frente a esta tierra que clama al cielo.
Nuestros centros educativos son un semillero, una
posibilidad, tierra fértil para cuidar estimular y proteger. Tierra fértil
sedienta de vida. Me pregunto con Ustedes educadores: ¿Velan por sus alumnos,
ayudándolos a desarrollar un espíritu crítico, un espíritu libre, capaz de
cuidar el mundo de hoy? ¿Un espíritu que sea capaz de buscar nuevas respuestas
a los múltiples desafíos que la sociedad hoy plantea a la humanidad? ¿Son
capaces de estimularlos a no desentenderse de la realidad que los circunda? No
desentenderse de lo que pasa alrededor. ¿Son capaces de estimularlos a eso?
Para eso hay que sacarlos del aula, su mente tiene que salir del aula, su
corazón tiene que salir del aula ¿Cómo entra en la currícula universitaria o en
las distintas áreas del quehacer educativo, la vida que nos rodea, con sus
preguntas, interrogantes, cuestionamientos? ¿Cómo generamos y acompañamos el
debate constructor, que nace del diálogo en pos de un mundo más humano? Del
diálogo, esta palabra puente, esta palabra que crea puentes.
Hay una reflexión que nos involucra a todos, a las familias,
a los centros educativos, a los docentes: cómo ayudamos a nuestros jóvenes a no
identificar un grado universitario como sinónimo de mayor status, sinónimo de
mayor dinero o prestigio social. No son sinónimos. ¿Cómo ayudamos a identificar
esta preparación como signo de mayor responsabilidad frente a los problemas de
hoy en día, frente al cuidado del más pobre, frente al cuidado del ambiente?
Y con Ustedes, queridos jóvenes que están aquí, presente
y futuro de Ecuador, son los que tienen que hacer lío, ustedes son semillas de
transformación de esta sociedad, quisiera preguntarme: ¿saben que este tiempo
de estudio, no es sólo un derecho, sino también un privilegio que ustedes
tienen? ¿Cuántos amigos, conocidos o desconocidos, quisieran tener un espacio
en esta casa y por distintas circunstancias no lo han tenido?
¿En qué medida nuestro estudio, nos ayuda y nos lleva a
solidarizarnos con ellos?
Háganse esta pregunta queridos jóvenes. Las comunidades
educativas tienen un papel fundamental, un papel esencial en la construcción de
la cultura y de la ciudadanía.
Cuidado, no basta con realizar análisis, descripciones de
la realidad; es necesario generar los ámbitos, espacios de verdadera búsqueda,
debates que generen alternativas a las problemática existentes, sobre todo hoy.
Es necesario ir a lo concreto.
Ante la globalización del paradigma tecnocrático que
tiende a creer «que todo incremento del poder constituye sin más un progreso,
un aumento de seguridad, de utilidad, de bienestar, de energía vital, y de
plenitud de valores, como si la realidad, el bien y la verdad brotaran
espontáneamente del mismo poder tecnológico y económico» (Laudato si’ 105), hoy
a ustedes, a mí, a todos, se nos pide que con urgencia nos animemos a pensar, a
buscar, a discutir sobre nuestra situación actual. Y digo urgencia, que nos
animemos a pensar sobre qué cultura, qué tipo de cultura queremos o pretendemos
no solo para nosotros, sino para nuestros hijos y nuestros nietos. Esta tierra,
la hemos recibido en herencia, como un don, como un regalo.
Qué bien nos hará preguntarnos: ¿Cómo la queremos dejar?
¿Qué orientación, queremos imprimirle a la existencia? ¿Para qué pasamos por
este mundo? ¿para qué luchamos y trabajamos? (cf. Laudato si’ 160) ¿Para qué
estudiamos?. Las iniciativas individuales siempre son buenas y fundamentales,
pero se nos pide dar un paso más: animarnos a mirar la realidad orgánicamente y
no fragmentariamente; a hacernos preguntas que nos incluyan a todos, ya que
todo «está relacionado entre sí» (Laudato si’ 138).
No hay derecho a la exclusión.
Como Universidad, como centros educativos, como docentes
y estudiantes, la vida nos desafía a responder a estas dos preguntas: ¿Para qué
nos necesita esta tierra? ¿Dónde está tu hermano?
Que el Espíritu Santo nos inspire y acompañe, pues Él nos ha convocado, nos ha invitado, nos ha dado la oportunidad y, a su vez, la responsabilidad de dar lo mejor de nosotros. Nos ofrece la fuerza y la luz que necesitamos.
Es el mismo Espíritu, que el primer día de la creación aleteaba sobre las aguas queriendo transformar, queriendo dar vida. Es el mismo Espíritu que le dio a los discípulos la fuerza de Pentecostés. Es el mismo Espíritu que no nos abandona y se hace uno con nosotros para que encontremos caminos de vida nueva. Que sea Él nuestro compañero y nuestro maestro de camino.
Que el Espíritu Santo nos inspire y acompañe, pues Él nos ha convocado, nos ha invitado, nos ha dado la oportunidad y, a su vez, la responsabilidad de dar lo mejor de nosotros. Nos ofrece la fuerza y la luz que necesitamos.
Es el mismo Espíritu, que el primer día de la creación aleteaba sobre las aguas queriendo transformar, queriendo dar vida. Es el mismo Espíritu que le dio a los discípulos la fuerza de Pentecostés. Es el mismo Espíritu que no nos abandona y se hace uno con nosotros para que encontremos caminos de vida nueva. Que sea Él nuestro compañero y nuestro maestro de camino.
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